A PROPOSITO DE “LA OLA”
La Ola (Die Welle en alemán) es una película alemana basado en un experimento realmente llevado a cabo en la Universidad de Palo Alto California realizada en 2008 dirigida por Dennis Gansel.
Durante un proyecto semanal, el profesor Rainer Wenger enseña a los estudiantes de su clase el tema de la autocracia como forma de gobierno. Los estudiantes se muestran escépticos ante la idea de que pudiera volver a generarse una dictadura como la del Tercer Reich en la Alemania actual y creen que ya no hay peligro de que el nacionalsocialismo vuelva a hacerse con el poder, porque a pesar de haber pasado décadas, las nuevas políticas y tecnologías arbitrarían el proceso de un nuevo mandato autocrático. El profesor decide empezar un experimento con sus alumnos para demostrar lo fácil que es manipular a las masas. A través del lema: "fuerza mediante la disciplina, fuerza mediante la comunidad, fuerza a través de la acción, fuerza a través del orgullo", de tal forma que cada día los alumnos sigan una nueva regla. Por ejemplo, que todos ellos entren al aula y, en menos de 30 segundos, se sienten todos ellos con actitud atenta y con la espalda bien recta, resueltos a iniciar la clase. El interés por la forma de cómo se ejecuta esa clases crece, haciendo que jóvenes de otros cursos se cambien de aula hasta constituir un grupo numeroso, derivando en fanatismo. El grupo llega incluso a inventar un saludo y a uniformarse de blanco. El popular curso toma el nombre de "La Ola", y a medida que pasan los días, comienza a hacerse notar mediante actos de vandalismo, todo a espaldas del profesor Wenger, que acaba perdiendo el control de la situación.
La visión del film fue el disparador de las siguientes reflexiones.
A primera vista, las acciones que demuestran el concepto de autocracia tanto en el film como en la vida real están dadas por la adopción del uniforme, el saludo, la constitución de un grupo cerrado y, en cierto modo, sectario pero en verdad todo eso es solo la demostración visible de algo mucho más profundo: la disolución de la responsabilidad personal en la responsabilidad colectiva. La masificación del individuo representada gráficamente en el “fascio”, el haz de leña coronado por un hacha que utilizaban los lictores como símbolo de su cargo resucitado luego por el fascismo italiano.
Lo peor de esa masificación es la asunción por parte de los sujetos que integran el grupo como de algo voluntario (“Todo esto es voluntario, yo no obligo a nadie” dice Herr Wenger “El que no esté de acuerdo que se retire”). Sibilinamente, hace ver como una cuestión voluntaria, algo que en realidad es inducido, bajo pena de quedarse fuera de la comunidad.
En la vida real vemos cotidianamente los avances cada vez más autoritarios de la última autocracia que supimos conseguir, la Venezuela chavista, sin que a nadie se le mueva un pelo. O peor aún, lo justifique con el argumento de que Chávez fue votado por el pueblo venezolano, como si eso sólo le diera legitimidad para hacer lo que le venga en gana. Después de todo también a Hitler lo votaron y hasta el mismísimo Pinochet se vio en la obligación de legitimarse mediante un plebiscito (en aquel momento se popularizó un chiste que decía: “el sí es sí quédate y el no es no me voy”).
Obviamente dicha asunción y sobre todo el aislamiento crea un fenómeno que se da en todos los grupos cerrados: la retroalimentación. La creencia de que su “ideología” es la única posible o en todo caso la mejor (“Haremos la revolución popular aunque el pueblo se oponga” decían los personeros del ERP en los ¨70 hoy erróneamente glorificados), lo cual provoca aún un mayor aislamiento y la recurrencia a la violencia para defender o imponer esa ideología (al respecto, es notable el raíd que emprenden los integrantes de “La Ola” que culmina con la pintada del logo en el techo del parlamento por parte de Tim).
A mi modo de ver, el final estaba escrito y no podrían haberlo cambiado hicieran lo que hiciesen. Tim es un chico enfermo que intenta por todos los medios ser aceptado por sus pares sin el menor éxito (al respecto es muy ilustrativa la escena en que se nos presenta el personaje que luego de arriesgarse a ser detenido para conseguir un paquete de marihuana termina regalándoselo a sus “amigos” motoristas para ser aceptado como un igual), hasta que llega “Die Welle” y por primera vez se siente aceptado e incluso respetado por sus iguales. Obviamente que alguien con esas características patológicas no va a aceptar un nuevo fracaso (“Nunca despiertes al esclavo que está soñando ser libre, porque te va a atacar para defender ese sueño”). El personaje (que en cierto sentido y no por casualidad, recuerda al introvertido protagonista de “Elefante” de Gus Van Sant) entonces tiene dos opciones o suicidarse como efectivamente hace o bien ir un día a la escuela armado hasta los dientes y provocar una masacre del tipo de la escuela de Columbus.
Más allá de los valores artísticos, que los tiene y en cantidad, la película resulta perturbadora porque desnuda una realidad que muchos no quieren ver: la historia puede volver a repetirse aun a pesar de sus propios protagonistas.
La principal crítica que se hizo a la película en el momento de su estreno, me parece bastante irrelevante: se le cuestionó que todo ocurriera durante una semana.
En primer lugar, el período de una semana es lo que duró el experimento en la vida real y por otra parte, en el cine el tiempo es eminentemente convencional. La historia puede transcurrir en una semana o en cinco años, pero la película va a seguir teniendo una duración de 120 minutos con lo cual no veo cual hubiera sido la diferencia si la historia hubiera transcurrido durante un período mayor de tiempo.
En cuanto al contenido de la historia, evidentemente uno desconoce lo que provoca en los demás y el efecto que el “feedback” de eso puede provocar en uno mismo. Obviamente ni Herr Wenger ni su alter ego en la vida real Ron Jones, que llevó a cabo el experimento en 1967 en la Universidad de Palo Alto, California y tuvo que suspenderlo a la semana porque entendió que se le iba de las manos, intentaban que la experiencia se descontrolara ni podían saber qué efectos iba a tener sobre sus alumnos, pero… “el hombre propone y Dios dispone”.
Yendo a un ejemplo que nos es más cercano: tomemos a Galtieri en el año 1982 cuando el “general majestuoso” (al decir de Ernesto Sabato que por aquel entonces defendía al llamado Proceso de Reconstrucción Nacional en sintonía con el Partido Comunista, lo cual no le impidió más tarde ser el presidente de la CONADEP) decidió llevar a la práctica el plan que pergeñaran los Montoneros que operaban desde la ESMA. El mismo plan que antes le ofrecieran a Massera y éste rechazó por disparatado, ahora era visto como una tabla de salvación por el etílico general que veía sus días en el gobierno contados y se animó a esa fuga hacia delante que fue la invasión a las Malvinas. El plan no era entrar en guerra con la Otan ni mucho menos: apenas ir a las islas, ocuparlas sin matar a nadie y pedir la intervención de la OEA.
Con lo que no contó Galtieri fue con la exacerbación del sentido patriótico de la gente fogoneado por José María Muñoz desde la radio instigando a una demostración masiva de apoyo en la Plaza de Mayo ni con su propia reacción ante el hecho consumado. Al asomarse al balcón de la Casa Rosada y escuchar a esa enorme multitud que lo vitoreaba (aunque ahora muchos lo nieguen) el militar se vió atacado por el “Síndrome de Perón” (al que sucumben tarde o temprano todos nuestros gobernantes cuando se asoman al fatídico balcón) y decidió en ese momento continuar con la invasión para sorpresa de sus adlateres e incluso para el propio General Menéndez, a la sazón Gobernador de las Islas a quien Galtieri había convencido esa misma madrugada de asumir el cargo en el entendimiento que la ocupación no iba a durar más de 48 hs (en los noticieros de la época es posible ver al general contestando a un requerimiento periodístico diciendo que “Vamos a seguir trabajando desde la Secretaría de Trabajo y Previsión” como si en su mente confundida por el alcohol se creyera realmente Perón en 1945, para luego asomarse al balcón y jugar su destino (y el de los soldados que ya estaban en las Islas) diciendo “Si quieren venir, que vengan, presentaremos batalla. Al gran pueblo argentino, salud”).
Por otra parte debemos tener en cuenta que para que exista una tendencia autocrática debe existir previamente una situación anárquica (en la película se ve como Marco se asombra de la excesiva permisividad de que gozan los hermanos de Karo; en la realidad, tanto en la Italia pre-fascista como en la Alemania pre-nazi, en la España pre-franquista e incluso en la “primavera democrática” de los ´70 en nuestro país se daban estas condiciones) y esa constante anomia hace que los burgueses bienpensantes busquen la seguridad de lo conocido (“No hay nada más parecido a un fascista que un burgués asustado”). En nuestro país, el descontrol de los 90 días del gobierno camporista desembocó en la formulación por parte de Perón de la teoría de los anticuerpos (“Las sociedades son como el cuerpo humano, cuando se ve atacado crea sus propios anticuerpos para exterminar a los infiltrados”) y los anticuerpos se llamaron Triple A y desembocaron en el golpe del ´76 que fue saludado alborozadamente por la sociedad que ya estaba harta de violencia de uno y otro signo, aunque ahora lo políticamente correcto sea decir que uno estaba en contra del golpe.
Otra de las cosas de demuestra la película es que, para que exista una autocracia no es necesaria una ideología (de hecho La Ola carece de ideología, al menos explícita) ni un líder carismático (basta una buena campaña publicitaria: Hitler sin Goebbels no hubiera pasado de ser un anodino empleado de correos con una apariencia extravagante, que odiaba la violencia y se horrorizaba ante la visión de la sangre derramada, hasta el punto de ser vegetariano, un poco como el Tim de la película que al sentirse parte de algo que lo incluye, y lo excede, sufre una metamorfosis similar a la del jefe fascista que interpreta Donald Sutherland en “Novecento”, que pasa de ser un tímido mayordomo a ser el sanguinario Jefe del Fascio del pueblo simbolizado en la escena en que mata al gato del peluquero aplastándolo de un cabezazo contra la pared para salir a bailar cubierto de sangre al medio de la plaza del pueblo).
Como lo sabe el líder de cualquier secta, basta con unas cuantas consignas mal digeridas y sacadas de contexto, el aislamiento y crear un sentido de pertenencia a (y de dependencia de) el grupo, la secta, la “Orga” o lo que fuere para conseguir la aceptación ciega y acrítica de gente que sin duda reconoce una patología de base que la hace susceptible de ser captada por estos grupos (insatisfacción con la propia vida, falta de aceptación por el entorno, carencia de objetivos vitales, etc). En la película, si bien el caso de Tim es el más extremo, los demás alumnos padecen similares carencias aunque no tan severas (“Ahora sé lo que es pertenecer a algo, tú conoces la sensación porque perteneces a una buena familia, yo no” le dice Marco a Karo en un momento, cuando ella le hace notar su dependencia cada vez más fuerte del grupo). Incluso Kevin que al principio se rebela contra el grupo termina volviendo porque el no pertenecer lo hace sentir un extraño.
En resumen, un lúcido llamado de atención ante algo que ahora parece lejano e irrepetible pero está latente. En el final de su película “El Huevo de la Serpiente” que trata sobre la ascensión del nazismo en la Alemania de los años 20, Bergman le hace decir a uno de sus personajes que la ascensión de Hitler al poder aparecía como ineluctable y no obstante iba a ser un fiasco colosal porque Hitler carecía de las condiciones de liderazgo. Que sin embargo, diez años después la gente demasiado humillada en el pasado sería capaz de hacerlo y aunque era evidente para cualquiera nadie estaba haciendo nada para impedirlo. “Cualquiera con un poco de ganas puede ver lo que está ocurriendo como en el huevo de una serpiente en el que a través de la fina membrana puede verse al reptil completamente formado”.